Bi Polar

viernes, 1 de agosto de 2008

Las oposiciones y la playa (y II) / State Exams and Swimming in the Sea (ii)

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¿Qué ocurrió el pasado 4 de julio? Esta es la segunda parte de la historia.

Nuestra amiga triunfó en las oposiciones de Inglés tal y como se merecía. Otros compañeros, aun habiéndoselo ganado, no han tenido suerte. Son las fechas de la resaca oposicional.

La playa: ignoro si saben ustedes que, durante una cantidad de tiempo que parece obscena confesar, uno siempre ha encontrado muchas cosas mejor que hacer que meterse en el mar.

La calma:

El oleaje:

¿El mar tan inmenso, capaz de engullir al ser humano más imponente? Mejor hablamos de La Playa. Siempre me ha irritado la glorificación de la playa -o, dicho a lo hippy/catequista, la playita- del mismo modo que me irritan la glorificación y el proselitismo de cualquier actividad, pero, en este caso, todavía más.

Porque se supone que le tiene que gustar a todo el mundo. Porque ir a la playa es lo-que-hay-que-hacer en verano, dictado por la mayoría. Porque son un engorro los preparativos para que después se le pegue a uno la arena, para empezar, en los pies y estar guarrito el resto del día. Y porque durante años adolescentes al sensualista le obligaban a ir a bañarse al mar.

Y siempre ha habido viajes, lecturas y reformas caseras que han dejado a la actividad playera en último lugar. Pero, ahora que uno es más libre, ha llegado la Revolución Americana del 4 de julio.

A las diez de la mañana de ese día nuestra amiga ya había terminado su exposición oral en un instituto de Torremolinos habiéndola realizado brillantemente. Después de un segundo desayuno frente al mar y con los arreos preparados, nos encontramos ante el gran momento: temprano, con muy poca gente y un fondo de color azul ribeteado en blanco que susurraba arpíamente: "Ven a mi, tómame..."

Como apretaba el calor tal y como debía molestar, héteme aquí que, azuzado por los ánimos de mi compañera ("¡Venga, valiente!"), probé a entrar en la arena mojada y en las olas que alcanzaban los tobillos hasta decidirme a la inmersión. ¡Qué olor a infancia! ¡Y qué salado sabía todo! Pero en el sentido, también, de gracia salerosa. Sortée subidas y bajadas de agua y me sumergí completamente en un mundo de niño.

Desde entonces ha habido más baños en el ancho mar sin caer en la exageración. Bueno, un poco sí nos quemamos en la espalda por la imprudencia del inexperto.

Ustedes me pueden regañar, recordarme que ya me habían dicho lo fantástica que es la actividad playera y animarme a desterrar prejuicios de una vez por todas. Sin embargo, a mí me interesa que me expongan sus amores y odios hacia el universo playero. ¿Naturista o textil? ¿Sombrilla o sombrero? ¿Piedras o arena? ¿Calma u oleaje? ¿De noche o de día? ¿Solo o acompañado? ¿Familia o pareja? ¿Chiringuito o desierto? Hagan apuestas.