Una canción:
Viene el sensualista de ver una película, Villa Amalia, en la que la protagonista -sublime Isabelle Huppert- llora mucho y bien.
Me pasa el propio sensualista un texto diciéndome que la cosa va de lloros:
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"Les voy a contar tres momentos de lágrimas. Como, por fortuna, la desaparición de un ser cercano todavía no me ha tocado fuera de los abuelos o abuelas, les relato, pues, tres momentos de lloros que no tienen que ver con la muerte.
Mi canción preferida sobre el acto de llorar:
PRIMER MOMENTO. Febrero; verano meridional: estoy en un autobús -omnibús; colectivo- que parte desde la zona de Pocitos en Montevideo (Uruguay) al aeropuerto de Carrasco, en esta capital.
Ya he derramado unas lágrimas antes, en una despedida en la que no sé lo que siento. Me he recuperado, pero, otra vez y ya metido entre dos asientos y rodeado de varias bolsas y una voluminosa valija (ay, maleta), me doy cuenta del apego que puedo sentir por una tierra que acabo de conocer y también por una forma de ser cálida y cauta, generosa e inteligente, amable y amada. Es entonces cuando no sé qué siento aunque debe ser muy fuerte. ¿Amor? ¿Es demasiado fuerte hablar de amor? ¿Deseos de romper con el pasado? ¿Miedo a romper con una vida de estabilidad? ¿Una cierta desolación?
No: es más sencillo que todo eso. Se trata de simple y llana confusión, el Me siento perdido, o un No sé qué hacer con mi vida, otro Lo menos que quiero es volver a hacer lo que hago normalmente, y un posterior Aquí podría estar mejor, pero no estoy seguro. Incluso un nuevo Aquí podría disfrutar de una vida sentimental llena.
Mientras el bus recorre el alargadísimo pero terminable paseo marítimo de Montevideo y vislumbro que, alguna vez, ese paseo va a llegar a su fin; que, de un momento a otro, va a aparecer la terminal del aeropuerto y que -en fin- me espera un mundo de oscura rutina y pocas esperanzas al otro lado del Atlántico, los lagrimones no dejan de caer disimulados entre ojeadas a través de la ventanilla y hacia viajeros con equipajes transocéanicos . Sniff.
Tú no tienes la culpa de que el mundo sea tan feo
SEGUNDO MOMENTO. Ocurre una semana más tarde. Conozco desde hace años a una amiga y compañera con la que se han compartido días y noches de intensidad profesional, amistosa y también de ocio y diversión. Nos hemos contado confesiones inconfesables, hemos vivido -muchas veces, cada uno por su lado- experiencias de abandono, desagradecimiento, frialdad, mejoras, recompensas, agobios, caídas y recuperaciones.
Cuando este ser objeto y sujeto de profundad amistad da vida a una personita que se parece a ella (llena de gracia, belleza y vitalidad: no podía ser de otra manera), el teléfono en el que dejo grabado un mensaje de felicitación habrá registrado alguno de mis jipíos (vulgar suspiros) al tiempo que me invaden las lágrimas de alegría: la que me contagia el pensamiento de que la humanidad tiene la fortuna de contar con un nuevo habitante que procede de una persona maravillosa, guapa, única, ideal para hacer crecer a alguien con cariño y entereza.
Después de muchos llantos, una canción redonda:
TERCER MOMENTO. No podía faltar una película to cry to. Últimamente hemos llorado un poquito con Mamut, un bastante con El cónsul de Sodoma y un mucho con La nana, que no nos cansaremos de recomendar.
Les confieso una blandura: cuando, después de otras dos mujeres que no aguantaron la situación, llega una tercera criada -nana en Chile- a la suntuosa casa dominada por la nana que lleva toda su vida allí y cuando se espera que esta consiga que ninguna otra criada le haga sombra, esa tercera deja aflorar toda su capacidad de comprensión y de ¿amor?
Lo diré: esa palabra entreinterrogada puede hacerse real en forma de entrega y de esfuerzo por comprender al prójimo. En esos instantes en que uno espera el rechazo o el enfrentamiento, surge la caricia interior y el deseo de escuchar. Es demasiada la emoción que me llama diciendo "Hay que ser capaz de dar más amor" mientras habla el personaje de Lucy que, entonces, buááá.
El sonido de las lágrimas, número uno en todo el mundo:
La conclusión es que, sin embargo, no gusta eso de que alguien me descubra llorando. ¿Les molesta a ustedes? Puede que sea de mal gusto lloriquear. Pero ¿y ustedes? Imagino que la pérdida de un ser próximo y querido les habrá hecho llorar. Mas sorpréndannos con otras lloreras: ¿Amor no correspondido? ¿Amanecer o puesta de sol inolvidables? ¿Quedarse sin dinero (sic)? ¿Sobrecogerse ante un paisaje? ¿Ante películas (¿qué película?) ¿Oyendo música (¿qué música?)? ¿Sensación de impotencia ante qué situaciones? ¡Cómo? ¿Que se les ha olvidado la última vez que soltaron unas lágrimas?
Recuérdenme canciones y películas en las que se llore como Magdalenas. Aunque sean coplas de The Beatles (¿Conocen "Cry for a Shadow", "I´ll Cry Instead" o cierta perla del doble blanco?), Roy Orbison (valeee), Peret (pues bueno), Eric Clapton (¡Uf!), Diego el Cigala (¡Ojú!), Bob Marley (este sí que me gusta), Björk (cada vez menos), The Cu(t)re... Dale: el tema dista mucho de ser original en el mundo de la canción.
El Museo de los Horrores: versión en español de "Le téléphone pleure"
A mí me gusta llorar cuando quiero llorar. Es mucho mejor que esperar un llanto que no acaba de acudir ante una llamada de socorro."
Una película:
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